Los titiriteros tienen un
problema; enseguida se les nota lo hippie. Hay que aprender a filtrarles cosas,
porque a veces tienen otras para decir que
son interesantes; entonces hay que correrles las capas de hippie, y las vemos.
En este caso intenciones
poéticas. Una serie de números, cada uno con un muñeco (o dos) diferente y
variando también las técnicas de manipulación (que no todo son marionetas).
Alguno más logrado que otro, alguno que se queda en intento, varios que dejan
la impresión de estar para más y alguno que nos deja con la boca abierta o
sonriendo como un boludo. Y es que el títere pelea principalmente contra el
cinismo, y cuando le gana, es porque está bien. De esto tampoco los críticos
entienden una mierda, así que tengo que hacer escuela.
En este caso, donde pierde se le
puede echar la culpa a lo hippie (porque sabemos que el hippie es ingenuo), por
ejemplo el uso de la música tiene varias patinadas; como esa pista de What a Wonderful World en la que
para repetir el mismo movimiento musical una y otra vez, se oye un sonido de
emparche horrible y dan ganas de tirarle una granada al operador.
La música tiene una clarísima
función, amelosar la escena para que nos
conmovamos con las mudas desgracias de los muñequitos. Así que en ese sentido,
la elección de temas cantados (que podrían oírse en cualquier radio melosa)
molesta a quien no haya salido mentalmente de la adolescencia.
Argumentalmente los bichos sufren,
Orsini se compadece de ellos, los franelea, a todos los franelea (lo que me
hizo pensar que en realidad era una exposición de diversidad sexual), pero no
los ayuda, le deja esa tarea a Dios (que tampoco). De esto podríamos hacer una
lectura política con su correspondiente crítica, pero eso se lo dejo al de la
Decadente, que le gusta. Acá analizaremos teatro, y le diremos, por ejemplo, a
Orsini, que si va a hacer una parte importante con un objeto pequeño, no la
haga en el proscenio (al menos en este tipo
de sala pequeña y con platea escalonada) porque sólo lo verán los de primera
fila.
A nivel realización algunos de
los objetos son muy bellos; la muñeca
orquesta es la que más (además de ser de los mejores cuadros de la obra), a
otros se les agradece la sencillez y no falta alguno que aconsejaría hacer de
nuevo (que los detalles a veces insultan al conjunto... culpa de lo hippie).
En definitiva, cuando se hace
poesía se acierta y se pifia, pero se agradece el intento porque el intento es
valiente. Acá se intenta (filtremos lo hippie), y lo digo porque en alguna se
logra: ese monito marioneta del comienzo lo logra. Con esa rutina (tan de
Chasman y Chirolita) del muñeco que no quiere que lo guarden, en donde por la
habilidad en el manejo y la sensibilidad de las elecciones actorales, vence al
cinismo, gana, conmueve. Y no necesita texto, no necesita a Shakespeare y
veinte mil actores para decirnos clara y amargamente, que la vida es una sombra
que pasa.
Post Data: Qué feo es el CCC,
pero las chicas de la puerta no.
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